Íngrid Betancourt con el Turbante de la Traición
Por Yuly Medellín, Psicóloga y Periodista.
El día 2 de julio de 2008, Íngrid Betancourt descendió la escalerilla del avión de un uribismo subido. Luciendo un camuflado, de uso privativo de las Fuerza Armadas, alabó la “impecable” operación Jaque, escuchó el Himno Nacional con la mano en el corazón y dio gracias al cielo, a la Virgen Santísima y al Presidente Uribe. Explicó que la primera reelección había sido clave para darle continuidad a las políticas de Estado que tienen vuelta ‘chicuca’ a las FARC y dejó entrever que no le disgustaba la posibilidad de una segunda reelección.
Así tenía que ser. Una princesa como ella, educada en los mejores colegios del mundo, escritora aplicada, pianista aceptable y dueña de un francés perfecto no podía ponerse a criticar a su salvador en sus primeras declaraciones. Ni permitió que su madre lo hiciera, y la calló con un dulce pero firme “no mamita, no”.
Pero cuatro días después decidió ponerse el turbante de la senadora Piedad Córdova y engrosar las filas de la gavilla de la oposición. Declaró a la BBC Mundo las cosas que una princesita inteligente no tenía que decir: “Entre Uribe y yo hay un abismo, él concibe el problema colombiano como una crisis de seguridad que produce un malestar social y Yo pienso al revés: que es el malestar social el que produce violencia”. Y sobre el tema del proceso de la parapolítica, le clavó a su salvador uno de esos puñales perfumados que las princesas esconden en el liguero: “Es complicado porque la parapolítica toca los cimientos del apoyo al presidente Uribe a nivel político. No estoy diciendo que Uribe sea paramilitar. No”. Dijo con sarcasmo.
Insaciable como buena francesa, sacó del corpiño un precioso alfiler: “El único país de la región que todavía tiene guerrilla es Colombia y por eso es que estamos en la extrema derecha. Sin FARC no hay Uribe. (La princesa es de izquierda como todo intelectual que se respeta). Y cuando le preguntaron si renunciaría a su ciudadanía francesa para ser Presidente de Colombia, se permitió una última ironía entre risas: “Va a tocar hacer una reformita constitucional...”
Lo que no se esperaba la soberana Ingrid es que sus risas y sus sarcasmos se le convertirían en lamentos cuando el pueblo colombiano se levantó sobre ella al enterarse de su acción jurídica en contra del Estado Colombiano. A Betancourt no se le ocurrió mejor cosa que celebrar sus dos años de libertad pidiéndole de regalo al Estado una indemnización cercana a los 15 mil millones de pesos, por no habérsele garantizado su derecho a la libertad. Se nota que el cautiverio que sufrió la pobre le hizo muy mal a su memoria, tanto, que no sólo olvidó que quien la liberó fue Uribe y no Chávez junto con su camarada Piedad Córdova, sino que además olvidó que fue ella misma, como el cuento de caperucita, quien se entregó por voluntad y riesgo propio a su entrañable lobo de las Farc.
Íngrid no sólo ha mordido una buena tajada de la opinión pública que le ha costado dolor y vergüenza, sino que también ha cavado su posible carrera política. Entre tanto el presidente Uribe y el electo Presidente Santos posiblemente habrán estado maldiciendo más de una vez su gloriosa operación Jaque.
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